El cadaver de un niño, se mece lentamente, al vagabundo ritmo de la marea, en alguna orilla de Grecia. No sabía por que la violencia lo había expulsado de su terruño con su familia. Nunca
llegó a su edad, a saber por qué tanta violencia. Por que tanto terror. No sabía , no y no sabrá.
Se liberó de este absurdo. Pero cuando se muere la carne, el alma se queda obscura.
Otro niño sirio, con un poco más de edad, reclama con toda la dignidad de sus ojos grises, que el no quiere refugio. Que quiere su tierra . Que por qué los responsables de la guerra no la detienen.
Y la humanidad se sigue sumergiendo en su oscurantismo.
Parecen los hombres firmes, en provocar su merecida autodestrucción.
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