"No me mueve, Mi Dios, para quererte,
El Cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el Infierno tan temido,
para dejar por eso de ofender"
Se atribuyen estos versos a Santa Teresa de Avila. Mujer, que para la iglesia sería mujer, inteligente y
pensante, razones suficiente para negarle la visa.
La iglesia, y a través suyo, la norma religiosa nos enseñan que la vida a de llevarse con miedo, culpa
y desazón, porque el castigo divino es cruel, e inexorable.
Es decir no hay que amar a Dios, sino temerle. No hay que abrazarlo, sino venerarlo, no hay que pre-
guntarle sino obedecerle. Es decir Dios no es Dios. Es un Ser Todopoderoso y castigador.
Comenzando por el pecado original. Será herencia de algo que alguien dice, que parece ser que hizo
alguien , que se llamó Caín. Y al parecer ese Dios le tenía cogido el diente, porque cuando quemaba
sus ofrendas, el humo se iba para abajo.Nadie se cuestionó si ha ese Dios no le gustaba el humo. O si
se mudó a la planta baja.
Que no hay como reírse en la Iglesia. Cómo si la Iglesia fuera un reclusorio de amargados.
Que vayan a ver el cuadro del Infierno en la "Compañía" . Para que vean lo ingenioso
y truculento del Castigo.
O que lean la Divina Comedia , con fines , no de gozo literario, sino como advertencia.
Ante tan horrible advertencia, cargada de tanta realidad humana, comenzé
desde pequeño a preguntarme si el Misericordioso Dios que mandó a su propio hijo para redimirnos,
era tan bravo e intolerante, a nuestra imagen y semejanza, habría que urdir planes de escapatoria
del castigo eterno.
El primer plan fue, si lo hubiera podido escoger, no bautizarme, para poder llevar una vida
licenciosa , y disipada, y al morir, si bien no podía ir al cielo, me mantendría en la arcadia fresca del
limbo, perdiendo el tiempo, de cara al mar.Pero como ya había sido bautizado el plan quedó trunco.Además
a algún comité se le ocurrió clausurarlo, como al purgatorio, que aunque ardiente, era pasajero.
Pero, la señorita Carmela, cariñosa catequista nos había dicho que siempre que hagamos
infaltablemente una comunión cada primer viernes de cada mes, nos garantizaba el cielo me
pareció un negocio redondo.
Por último habían otros recursos como confesarnos y comulgar una vez absueltos, y por último,
el recurso desesperado del Santo Sacramento de la Extrema Unción de los Santos Oleos.
Ya de adolescente comenzé a dudar que Dios controle las asistencias a misa dominical, o día de
guardar, pues aquí podía ser domingo y en Japón lunes, y con tanto problema que había no creía que
El Señor se ocupe de esas trivialidades. Mi quebrantada fe,acabó hecho polvo con otras reflexiones.
Ahora me dedico a vivir lo que me reste, tratando de querer al prójimo, como a mi mismo, o casi,
de no hacer a los demás , lo que no quiero que me hagan, y a vivir preguntando menos y haciendo
más. Me ha ido mejor.
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