martes, 5 de agosto de 2014

COMALA: EL PUEBLO EN QUE HABITAN LOS MUERTOS

Juan Rulfo, nacido en Apulco, Jalisco, Mejico, en mayo de 1917 y fallecido en enero de 1986 en el Distrito Federal de ese país  NorteAmericano, ecribió , a primera vista, dos pequeños libros. En 1951 publicó "El
llano en llamas", 17 relatos cortos, que dibujaban sin ambages las carencias de un pueblo marginado, y aún
azotado por los coletazos de la "guerra de los Cristeros" entre la Iglesa y el Estado Laico radical, hipócrita-
mente fundamentalista en su postura anticlerical y los curas que usaban como carne de cañón al pueblo.
Las ofertas incumplidas de Paz , tierra y libertad (""Gritó Emilino Zapata,/paz tierra y libertad/ y el gobierno se reía /cuando lo iban a enterrar" canta un corrido popular del suroccidente mejicano), luchando en una tierra hostil, liderada por cacicazgos locales, en una región en que existe una cultura particular en relación a
la muerte, tan bien diseñada en los grabados de Posadas, e incluso con muestras "vivas , verdaderas, de muertos momificados" en Guanajuato. Esos caminos agrestes los recorrió Juan Rulfo, siguiendo a su tío Ci-

rilano. En el 53 vendría su obra más conocida, "Pedro Páramo" , a ese yermo ardiente, a donde regresa su protagonista, para buscar y reclamar sus derechos, a su cruel padre, Pedro Páramo. Por ahí aparece la figura de Fulgor Serrano, entre otro habitantes de un pueblo fantasma, lleno de difuntos que parecen haber quedado en un estado de "muerte suspendida".Son los muertos vivientes que siguen cruzando hasta hoy el Río Grande del Norte, buscando la "Tierra prometida", porque ya sólo les queda la esperanza. Asidero inútil ante la brutal realidad.En ese estilo justo, que usa las palabras exactas, y no más, un poco como Miguel Otero Silva en las "Casas Muertas". En el  55 "El gallo de Oro", la novela olvidada, cierra la trilogía de éste escritor de pluma áspera, y tan concisa que a momentos leerla es densa sensación y difícil ejercicio.
No escribió más novelas, huyendo tal vez de la angustia que esa angustiante realidad le producía, buscando consuelo al sumergirse en el azul profundo y transparente del néctar del agave. Fumando hasta el enfisema que lo mató a los 69 años cumplidos. Casado, padre de cuatro hijos, con esta producción que pareciera exigua, tocó las más crudas realidades de su gente. "La calidad siempre es preferible a la cantidad".


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