En estos momentos difíciles que se avecinan , (se avecina la tormenta y se atormenta la vecina),
debemos hacer un alto. Enterrar el hacha. Ya no importa tanto el análisis de la responsabilidad (odio
el concepto de la culpa), ni los señalamientos por justificados que sean, por agudos que se manifies-
ten, por la legitimidad que puedan o no tener.
A la situación económica difícil ( ya dije que no analizaremos las causas ahora), sumado a la recesión
mundial, en buena parte por el tambaleo peligroso del coloso con pies de barro que es China, un
enorme movimiento de duración limitada, por lo que se hizo o se dejó de hacer, por la debilidad
europea . Por la esquizofrenia de la "guerra santa", sin mayúsculas, por el valor de la moneda,
que podría ser tanto una ventaja como una desventaja; se suman los procesos de la naturaleza, cuya
capacidad de destrucción no se puede mesurar , ni acuñar sus tiempos, como la actividad volcánica,
el Cuello de la luna, vomitando cenizas y piroclastos, el fenómeno del Niño que viene como un
Tsunami gigantesco en Diciembre, con certeza, y que v a ser tan o más fuerte que el del 97, todo
esto sobre un país apoyado en inestables placas tectónicas de impredescible comportamiento, y
envuelta en reyertas intestinas, en la resaca de la bonanza, con una población cansada de la fiesta,
saciada del banquete y con dolor de cabeza y chuchaqui moral, hay que replantearse una alianza
veraz, despojada de intereses particulares, en un ambiente solidario, y todos a ajustarse el cinto,
y a meter el hombro. Ya no hay sitio para la beligerancia presidencial, ni la inocencia de los corde-
ros, ni el desgaste de la pugna fratricida. Llegó la hora de la verdad.
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