sábado, 28 de junio de 2025

QUE NO SEA INMORTAL PUESTO QUE ES LLAMA; MAS QUE SEA INFINITO EN CUANTO DURE

 


 

Que sea infinito, mientras dure

Sobre todo, para mi amor estaré atento

Antes, y con tal celo, y siempre, y tanto

Que aun enfrente del mayor encanto

De él se encante más mi pensamiento.”

 

Soneto de Fidelidad… Los años que vivimos en Brasil me aproximó de la poesía de Vinicius de Moraes y ahora lo recito, te recito.

Quince de diciembre… Dieciocho de diciembre… Enero, febrero, marzo… Pasó, sufrí. Ahora siento el abandono. La intensidad de la emoción que nos oprimió durante aquellos meses tan largos, tan raros, tan dramáticos dejó lugar para el profundo dolor, el dolor que causa este vacuo inexpresable.  

Teníamos diecisiete años, cuando ingresamos a la Universidad para estudiar medicina y coincidimos en el mismo paralelo. Te vi, ¡con ella me casaré! Lo recuerdo ahora, tan claro. Lo recuerdo y me duele. Verte me hizo desear amarte toda la vida.

En los años setenta del siglo pasado, los enamoramientos eran tomarse de la mano y darse besos tiernos y así me portaba con mi enamorada, de mi barrio. Con toda fe en mi mismo fui a verla aquella tarde, terminado mi primer día como estudiante universitario,  para decirle lo que había pensado en la mañana, al llegar para recibir mi primera clase en la facultad.  Le dije que, si pensé en casarme con otra chica que solo vi de lejos, era porque lo nuestro no había logrado cuajar en los seis meses que estábamos viéndonos como enamorados. Creo que no sufrió mucho y me pareció muy tierno que me dijera: es la primera vez que un hombre es tan parco para romper con una enamorada. Decir que se piensa casar con una chica que ni sabe de tu existencia, no es usual. No sintió enojo.

 

Quiero vivirlo en cada vano momento

Y en su honor he de esparcir mi canto

Y reír mi risa y derramar mi llanto

A su pesar o a su contento.”

 

Tú tenías un enamorado, lo supe tan pronto me aproximé solícito, como el compañero de aulas, para juntos hacer los deberes, para estudiar. Amistad y compañerismo, callado cuanto a la perspectiva que yo tenía para los dos. Yo, trabajaba en la amistad. Al volver de las vacaciones de fin de año, que fui a Venezuela para pasarla con mi familia materna, me enteré que ya no estabas con el enamorado aquel… pero estabas con otro chico… Paciencia. Yo, trabajaba la amistad. En este año hice un préstamo y compré un terreno para construir nuestra casa. Aprobamos juntos el primer año de Medicina y nuevamente viajé a Venezuela para pasar las vacaciones.

En este lapso recibí la beca para estudiar en Rumanía y, de estas cosas en que el inconsciente nos maneja mejor que el consciente, por una y otra cosa, perdí la oportunidad de viajar. Pude frecuentar las clases, seguir siendo tu compañero de estudios, me mantenía a tu lado, …la amistad… Al final del año lectivo, porque nunca pude matricularme, sino que estuve como oyente, no fui promovido. De ahí en adelante, fiel a mi promesa íntimamente realizada aquel imborrable primer día de clase en la facultad de Medicina, a partir de entonces el curso que estaba matriculado ya había estudiado contigo, que ibas un año más adelante. Siempre te tuve delante de mí. Te graduaste en el 80 y, el 10 de julio de 1981, me gradué yo.

El 6 de junio del 73 ¡tomé valor! Estábamos en el zaguán de tu casa, eran las diez de la noche. Aunque temiera perder tu amistad, me urgía declararme. ¡Dejamos de ser amigos! Como respuesta a mi declaración, ¡me diste un beso! Nuestro noviazgo duró todo el período académico y, el mismo día de mi graduación, fuimos al Registro Civil para casarnos.

Siempre supiste que era ateo por culpa de mi madre, como afirmaba mi padre –católico desde sus ancestros y en todos sus actos– que me decía: Dios es misericordioso, no te condenará por declararte ateo, si eres un hombre íntegro y actúas con ética. Tampoco se alarmó cuando le conté que estaba vinculado a una célula de un partido de izquierda, solo me recordaba que debía actuar de acuerdo con los valores que me habían inculcado. Solía decirme que si un joven, y más aún universitario, no se declara comunista no tiene corazón; si después de los treinta sigue comunista, no tiene cerebro. Me dejó ir atrás de utopías, confiaba que me había guiado bien. Así fue. Desilusionado dejé mi militancia política al enterarme de sus entrañas.

Tú, en cambio, te sentías católica, mantenías una estructura interna de fe. Yo te decía: eres católica oportunista: “¡Diocito, Diocito!”, por un temblor, por un susto, un apuro. Mi padre cargó un alma pesarosa durante 33 años, por no estar casado en la iglesia con mamá, su segunda esposa. Cuando su primera esposa falleció –para la iglesia dejó de ser divorciado para ser viudo– el camino al altar con mi madre quedó allanado. Mi caso era diferente, yo rehuía al matrimonio eclesiástico por sentirme y querer ser coherente como ateo.

Por respeto, por compañerismo y porque te amaba, capitulé.  Sin festejos, sin vestido blanco ni nada, nuestro matrimonio quedó sacramentado según el ritual católico el 9 de mayo de 1982. Mi primo realizó la ceremonia religiosa, sin más protocolo que el hacer un curso prematrimonial ejecutivo, de dos horas. Viajaríamos al Brasil con bendiciones y buenos augurios. Ahí estuvimos por seis años, durante los cuales y hasta 4 años más de volver al Ecuador, no quisimos tener hijos. Cuando nos sentimos sólidamente afincados, vino el primero en 1991, el segundo en 1992. ¡A renglón seguido embarcamos en la tarea de ser padres!

Desde inicio de diciembre, la casa que nos abrigó durante 44 años, nuestra casa, ya mostraba tu afán y dedicación en arreglar todo para celebrar Navidad: el árbol ya puesto en su sitio, aunque sin estar completamente adornado; por donde pasaban los ojos, se veía que la decoración empezaba a cambiar para recibir figuras, cojines, manteles… rojos, verdes, dorados… El quince de diciembre congeló todo.

 Pasamos la pandemia del Covid-19, hicimos nuestras vacunas. Pero, en septiembre de 2024 contrajiste la enfermedad, la superaste en un mes, pero te dejó secuelas: esta arritmia cardiaca. Eras fuerte, determinada, peleabas por lo que querías. Nada valió como argumento en contra cuando decidiste someterte a este procedimiento que eliminaría el problema y te permitiría dedicarte a tu trabajo sin sentir el agotamiento que producía la arritmia. Buscabas, necesitabas mejor calidad de vida. La intervención salió bien y, en el posoperatorio sufriste el paro cardíaco que te afectó irreversiblemente el cerebro. En los dos días posteriores, nuestros hijos y yo estuvimos a tu lado, inerte sobre la cama del hospital, en la UCI. Nos acompañamos en trámites, dando los primeros pasos de nuestra vida sin ti. Fue al tercer día que sentí un leve dolor en el costado, digamos un 3 sobre 10, mientras tomaba mi ducha. Siempre me señalaste mi perfil de riesgo por sobrepeso y diabetes. Ya no quise desayunar y al llegar al hospital, fui a Emergencia, sobre mis propios pies. De ahí me pasaron directamente a la sala de cirugía, de donde salí con dos stents. En la UCI me colocaron en una camilla a tu lado. Te tocaba el rostro, tus manos, tu pelo… con la mirada.

“Y así, cuando más tarde me busque

Quién sabe qué muerte, angustia de quien vive”

 

Sobreviví. Enero, febrero, marzo. Tres meses de espera estéril, lo sabíamos nuestros hijos y yo. Nos ocupamos en lo que correspondía hacer y, como manda el conocimiento popular, yo me dediqué a la terapia ocupacional, tan pronto me autorizó el cardiólogo que me había intervenido. Solo en la segunda semana de marzo pudimos llevarte a casa, a nuestra casa. Queríamos estar juntos y solo nosotros, en el momento definitivo. Dos días después que acomodé tu cuerpo descerebrado para descansar en tu cama, en nuestra cama, nos abandonaste definitivamente.

Termino el trabajo, llego a casa y Duda, con la cabeza ladeada, me pregunta por ti. No salta ni ladra como hacía cuando llegábamos juntos. Estoy solo, nuestra casa es enorme, la desconozco sin ti.  A la noche me despierto y no sé dónde me encuentro. Sin el calor de tu cuerpo, que estuvo a mi lado cada noche por un medio siglo, despierto con frio. Recuerdo mi padre que hablaba de un Dios misericordioso…Y rezo:  Maria, llena eres de gracia… A mi María, porque te has ido.

 

“Quién sabe que soledad, fin de quien ama

Que pueda yo decirme del amor (que tuve):

Que no sea inmortal, puesto que es llama,

Pero que sea infinito mientras dure.”

 

2 comentarios:

  1. Gracias Eduardo, por publicar en tu espacio, mi relato. Un abrazo

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  2. Bellísimo y sumamente doloroso. Qué difícil contar en un suspiro una vida, el amor y el desgarre de la pérdida, y sin embargo, que suaves, que sin posturas y que dolorosas son estas magistrales palabras.

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