Sería una fecha aleatoria o sería lo que dijo Cabrera Infante: "Abril es el mes más cruel"
Lo cierto es que se nos fue.
Nadie podrá olvidar su cortesía.
Era la primera, la no buscada cifra,
De un alma clara como el día.
Su honradez, y honestidad brillaban en un espacio que en
estos tiempos se mantiene obscuro casi siempre.
Su inteligencia diáfana y rápida, generosa, amplia y
sencilla,
Sobresalía en un mundo cada vez más laberíntico y encerrado
en si mismo.
He tenido la
suerte de ser pupilo, y amigo del maestro Mario Chancay. Crecí al lado de él manabita sincero, que me enseñó a amar la ciencia blancardina (Así se refería
Mario al oficio, en las palabras de Eugenio Espejo), en torno al hombre en su
dimensión. Era el principio , y el fin
de nuestros esfuerzos, de la aplicación de la ordenada lógica , de la memoria,
a veces vilipendiada .
Y de la
empatía sincera que nos conectaba, entre nosotros, con el paciene y con nuestro
prójimo.
Era un
profesor entregado, que nos regaló su tiempo, para dejarnos descubrir una forma
exacta de vivir espacio y tiempo con ganas,
con alegría.
Los sábados
sacrificaba sus mañanas, para enseñarnos en la práctica del
Hospital
Pablo Arturo Suárez.
Y las clases
en el Hospital del Seguro Social acabaron siendo el nacimiento de una amistad
entrañable que se mantuvo hasta ahora.
Se reforzó
en el H.C.A.M. donde roté por Neumología, y gracias a su estímulo me inclinó,
una vez graduado, a seguir esa especialidad.
Cuando
estaba haciendo mi post-grado, fue una alegría enorme estar con él en Rio de
Janeiro, done compartimos un congreso. Largas horas ,libres de lo académico,
compartimos mientras compraba zapatos en la
“rua Barato-Ribeiro” para sus familiares,
llevando una carpeta, con unas hojas en las que había dibujado, minuciosamente,
el entorno de los pies de cada una de sus hermanas y esposa , para no equivocar
la talla y forma de los mismos. Los
placeres de la carne en las churrascarías de espeto corrido, famosas en Brasil,
o caminar tranquilamente conversando de “la vida, que es más, “ como solía decirme.
En Buenos
Aires, después de caminar por el empedrado Barrio de San Telmo ,emocionados
porque leímos en un rótulo , que la calle llevaba el nombre de” Hermanos
Finocchieto”, precursores de la neumología, disfrutábamos del calor del sol, y
de un refrescante helado, para desembocar en la Tienda de Libros de Alberto
Casares, en Suipacha y Lavalle, donde pasábamos horas leyendo y conversando con
el dueño, que era amigo de Borges y que
se quejaba de María Kodama.
Su vasta
curiosidad, su capacidad sensible, lo impulsaba a leer y disfrutar de la lectura,
a tener conceptos claros, siendo coherente con estos, ante el transcurso y los
avatares de la política nacional, y lleno de deliciosas anécdotas que hicieron
que el tiempo que compartimos, siempre pareciese corto.
Sabio
confidente, de las cosas del oficio y de la vida, discreto y prudente, no le
emocionaban los cantos de sirenas, ni los oropeles, ni hacer de su oficio un camino
a la glotonería mundana, ni a la fama que desdeñaba.
Su familia,
sus pacientes, sus amigos y nuestro país hemos perdido un esposo, un padre, un
médico y un amigo irrepetible, de aquellos con que rara vez la vida nos regala.
Hemos de
guardarle gratitud, hemos de recoger sus enseñanzas y continuar la vida con su
ausencia física, pero llena del espíritu que nos infundió.