sábado, 3 de septiembre de 2016

EL TORERO DE CULTO Y SU MISTERIO

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José Tomás Román Martín (Galapagar, 1975) ocupa el puesto número 50 en el escalafón de matadores, pero esta evidencia estadística —actuaciones más trofeos— no contradice su posición hegemónica. Es el número uno, no ya por sus connotaciones de torero de época y por la reputación de artista de culto, sino por haberse convertido en una impresionante excepción.

Cuanto menos torea, más expectación suscita, hasta el extremo de que su brevísima temporada española —seis tardes, seis— puede considerarse la más llamativa en términos de repercusión mediática y hasta de impacto económico.

Todas las televisiones generalistas acordonan las plazas donde se anuncia, instalan las paelleras para recoger el clamor de la salida a hombros, entre otras razones porque José Tomás, contrapeso decimonónico a la era de la hipercomunicación, elude dogmáticamente las transmisiones en directo y únicamente tolera que se le graben tres minutos.

El resto tiene que vivirse y sentirse en la plaza. Escucharse en los transistores, a la antigua usanza. O restringirse a la novedad de Periscope, aunque los vídeos aficionados, temblorosos de la emoción, simplifican el tomismo o el josetomasismo a una dimensión caricaturesca.

No cabe ni se entiende José Tomás en la pantalla de un teléfono inteligente. Ya decía Rafael de Paula que el Espíritu Santo no aparece en la pantalla, redundando en ese misterio eucarístico que representa José Tomás con el aspecto severo, enjuto y adusto de una talla de Salzillo.

Es la razón por la que cuesta intoxicarlo con el prosaísmo del dinero, pero conviene hacerlo no ya porque el maestro de Galapagar sea el mejor pagado del escalafón en las últimas décadas, sino por toda la riqueza que engendra su propia exageración. No tiene dudas el propietario del restaurante Nou Manolín. La actuación de José Tomás el 24 de junio aportó al prestigioso local alicantino la mayor y mejor recaudación de su historia.

Por eso ha sido necesario estudiar en las universidades su impacto —lo hizo la de Barcelona—, incluso esmerar desde cálculos conservadores que la actuación de José Tomás en la feria levantina de San Juan aportó a la ciudad ocho millones de euros, naturalmente en relación con el desembolso que hicieron los aficionados en bares, restaurantes, hoteles y chiringuitos.

“¿Cómo no va a compensar contratar a José Tomás?”, se preguntaba Nacho Lloret, gerente de Simon Casas Production. “La plaza de Alicante tenía el año pasado 1.500 abonados. Y la llegada de José Tomás ha elevado la cifra a 10.000, de tal manera que el torero consigue abarrotar su tarde, pero también llena los otros cinco espectáculos de la feria”.

Nunca como este año había sucedido un fenómeno parecido. El caso de Alicante puede reconocerse en las ferias de Jerez, Huelva, San Sebastián y Valladolid. Y no es obligatorio comprar un abono entero para verlo, pero los aficionados se garantizan el privilegio, previniéndose de las dificultades que luego conlleva adquirir una entrada suelta para el día D.

Es entonces cuando los reventas se apropian de las esquinas, como si fueran dealers de sustancias puras. Tan puras que José Tomás ha logrado este año como en los anteriores esa extraña proeza de garantizar el triunfo. Lleva cuatro tardes en 2016 y ha cortado 11 orejas y un rabo.

La quinta tarde se escenifica este domingo en Valladolid con los honores de un homenaje a Víctor Barrio. Conmocionó a JT la muerte del compañero y acudió a sus exequias, como hicieron muchos de los toreros que se anuncian junto a él a orillas del Pisuerga: Juan José Padilla, Morante de la Puebla, El Juli, José María Manzanares y Alejandro Talavante.

El cartel demuestra que José Tomás no teme anunciarse con las grandes figuras —es uno de los reproches que le hacen sus detractores— ni elude las plazas de responsabilidad —San Sebastián es de primera y actúo el 14 de agosto—, aunque lleva muchos años premeditadamente ausente de Madrid, Sevilla, Bilbao y otros grandes puertos de montaña.

Es la manera con la que ha querido despecharse de ciertas empresas depredadoras o negligentes. Y el camino que le ha permitido hacerse las temporadas a su medida. Breves, intensas, comprometidas.

José Tomás incorpora a su misterio y a su oficio una mentalidad monástica. Torear le supone un esfuerzo físico y mental extraordinario. Y no podría concebir una temporada superior a 10 festejos. Ha derramado mucha sangre en el ruedo. Pisa terrenos inverosímiles. Y es un padre de familia que vive retirado del jaleo social en Fuengirola. Allí tiene a su pareja y a su chaval de casi cinco años. Los cumple en noviembre, José Tomás se llama.

Transformó la paternidad al maestro. No ya por cuestiones sentimentales, sino por su implicación en causas humanitarias que conciernen a la infancia desfavorecida. Algunas donaciones han trascendido. Otras permanecen en el mismo pudor y ensimismamiento con que José Tomás se desenvuelve en el ruedo. Un torero no de esencias, sino esencial. Puro. Rotundo. El natural mecido. La verónica, como la hubiera esculpido Borromini.

Se explica así la corte de admiradores o de prosélitos o de iniciados. Vecinos de Galapagar, oligarcas mexicanos que cruzan el Atlántico en avión privado —el aeropuerto de Jerez era una competición de opulencia aeronáutica—, aficionados de París, artistas del renombre de Barceló, músicos de la relevancia de Bob Geldof y el rey Juan Carlos.

Ha seguido a JT de plaza en plaza como si fuera un maletilla. Nunca ha encontrado la recompensa de un brindis. Y no porque José Tomás sea republicano, de izquierdas, sino porque ha eludido todas las obligaciones protocolarias y escapado a su antojo de las convenciones.

Lo decía Juan Belmonte: se torea como se es. Y José Tomás es un hombre íntegro y es un misterio. No en la acepción del enigma ni del secreto, sino en la expresión religiosa de las verdades reveladas.

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