A veces, al final del crepúsculo, al morir el día
me siento en la silla del jardín, con la mirada
clavada en el lugar donde se dibuja
el borde ya negro del horizonte, que delinea depurada
una región donde se traza la fusión de la cordillera
con un cielo estrellado. La noche azul como una estría,
y entre las obscuras siluetas de las plantas , aparece blanca, inmaculada,
con una gigantesca luz redonda atravesada
la luna en el oriente, que en su lenta levantada
baña de plateado silencio este jardín,
y ahí queda embrujada
mi mirada que refleja ese color argentinado.
No habrá lluvia al día siguiente.
Habrá sol, calor amarillo y refulgente.
La espero cada mes como se espera
el pequeño verano de la esfera.
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