Es como un lienzo tendido entre verde, azul y amarillo, regado por un sol equinoccial.
Es la arcadia que buscan los poetas. Es la paz que aman los urbanos. Es el sol luminoso pero fresco.
Es andar de manga corta sin sombrero. Es el silencio misterioso de la altura.
Es lo arcano de lo oculto (tan cercano)
Es Dávila Andrade sin tragedia, pintado en acuarela.
Es un pequeño rectángulo casi respetado por los hombres.
Rodeado del Atacazo y su tragedia, del inmenso y manso Sincholagua,
marcado al sur por un monolito irregular,
que se levanta como un puño de roca vigilante,
que protege al Cotopaxi.
Es un paseo en mi niñez.
Es una añoranza. Un tesoro guardado, no tocado,
que nos espera a dos pasos de la urbe.
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