No es el del Gobi, en Mongoloia. Ni el Sahara. Ni el Valle de la Muerte en los EEUU de
norteamérica.Es el de Atacama al Norte de Chile. Donde paró el avanze de Pizarro y Almagro una
aterradora tormenta de arena. El Sol les quema. El viento les lastima. El cristal reducido a su mí-
nima expresión, al sílice pulverizado de la arena ferviente. Ahí una fugaz llovizna, que lame esas
dunas donde en las noches heladas y secas hacen sus circuitos la variedad más curiosa de animales
de ojos bien abiertos, donde reptan las sierpes depredadoras, crece mágica y fosforescente , una
pléyade de flores que tinturan esa planicie con los colores más bellos y variados.
Son miles de pétalos y en cada uno de ellos renace, como un futuro pasado juego de tiempo
el espíritu de Patricio Dorrman, Sohel Riffka, mi hermana Bertha, Violeta Parra, Victor Jara,
y de tantos otros que tanto dejaron, y se fueron y aparecen y deasaparecen en un juego prestidígito
de colores psicodélicos que nos hacen pensar que de alguna forma, podemos aparecer e irnos por
instantes, jugando con la muerte inexorable y pintando de colores vivos el lienzo sempiterno
amarillo de Atacama.
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