Que sea infinito, mientras dure
“Sobre todo, para mi amor estaré atento
Antes, y con tal celo, y siempre, y tanto
Que aun enfrente del mayor encanto
De él se encante más mi pensamiento.”
Soneto
de Fidelidad… Los años que vivimos en Brasil me aproximó de la poesía de
Vinicius de Moraes y ahora lo recito, te recito.
Quince de diciembre… Dieciocho de
diciembre… Enero, febrero, marzo… Pasó, sufrí. Ahora siento el abandono. La
intensidad de la emoción que nos oprimió durante aquellos meses tan largos, tan
raros, tan dramáticos dejó lugar para el profundo dolor, el dolor que causa
este vacuo inexpresable.
Teníamos diecisiete años, cuando
ingresamos a la Universidad para estudiar medicina y coincidimos en el mismo
paralelo. Te vi, ¡con ella me casaré! Lo recuerdo ahora, tan claro. Lo recuerdo
y me duele. Verte me hizo desear amarte toda la vida.
En
los años setenta del siglo pasado, los enamoramientos eran tomarse de la mano y
darse besos tiernos y así me portaba con mi enamorada, de mi barrio. Con toda
fe en mi mismo fui a verla aquella tarde, terminado mi primer día como
estudiante universitario, para decirle lo
que había pensado en la mañana, al llegar para recibir mi primera clase en la
facultad. Le dije que, si pensé en
casarme con otra chica que solo vi de lejos, era porque lo nuestro no había
logrado cuajar en los seis meses que estábamos viéndonos como enamorados. Creo
que no sufrió mucho y me pareció muy tierno que me dijera: es la primera vez
que un hombre es tan parco para romper con una enamorada. Decir que se piensa
casar con una chica que ni sabe de tu existencia, no es usual. No sintió enojo.
“Quiero vivirlo en
cada vano momento
Y en su honor he de esparcir mi canto
Y reír mi risa y derramar mi llanto
A su pesar o a su contento.”
Tú
tenías un enamorado, lo supe tan pronto me aproximé solícito, como el compañero
de aulas, para juntos hacer los deberes, para estudiar. Amistad y compañerismo,
callado cuanto a la perspectiva que yo tenía para los dos. Yo, trabajaba en la
amistad. Al volver de las vacaciones de fin de año, que fui a Venezuela para
pasarla con mi familia materna, me enteré que ya no estabas con el enamorado
aquel… pero estabas con otro chico… Paciencia. Yo, trabajaba la amistad. En
este año hice un préstamo y compré un terreno para construir nuestra casa.
Aprobamos juntos el primer año de Medicina y nuevamente viajé a Venezuela para
pasar las vacaciones.
En
este lapso recibí la beca para estudiar en Rumanía y, de estas cosas en que el inconsciente
nos maneja mejor que el consciente, por una y otra cosa, perdí la oportunidad
de viajar. Pude frecuentar las clases, seguir siendo tu compañero de estudios,
me mantenía a tu lado, …la amistad… Al final del año lectivo, porque nunca pude
matricularme, sino que estuve como oyente, no fui promovido. De ahí en
adelante, fiel a mi promesa íntimamente realizada aquel imborrable primer día
de clase en la facultad de Medicina, a partir de entonces el curso que estaba
matriculado ya había estudiado contigo, que ibas un año más adelante. Siempre te
tuve delante de mí. Te graduaste en el 80 y, el 10 de julio de 1981, me gradué
yo.
El
6 de junio del 73 ¡tomé valor! Estábamos en el zaguán de tu casa, eran las diez
de la noche. Aunque temiera perder tu amistad, me urgía declararme. ¡Dejamos de
ser amigos! Como respuesta a mi declaración, ¡me diste un beso! Nuestro
noviazgo duró todo el período académico y, el mismo día de mi graduación, fuimos
al Registro Civil para casarnos.
Siempre
supiste que era ateo por culpa de mi madre, como afirmaba mi padre –católico
desde sus ancestros y en todos sus actos– que me decía: Dios es misericordioso,
no te condenará por declararte ateo, si eres un hombre íntegro y actúas con
ética. Tampoco se alarmó cuando le conté que estaba vinculado a una célula de
un partido de izquierda, solo me recordaba que debía actuar de acuerdo con los
valores que me habían inculcado. Solía decirme que si un joven, y más aún
universitario, no se declara comunista no tiene corazón; si después de los
treinta sigue comunista, no tiene cerebro. Me dejó ir atrás de utopías,
confiaba que me había guiado bien. Así fue. Desilusionado dejé mi militancia
política al enterarme de sus entrañas.
Tú,
en cambio, te sentías católica, mantenías una estructura interna de fe. Yo te
decía: eres católica oportunista: “¡Diocito, Diocito!”, por un temblor, por un
susto, un apuro. Mi padre cargó un alma pesarosa durante 33 años, por no estar
casado en la iglesia con mamá, su segunda esposa. Cuando su primera esposa
falleció –para la iglesia dejó de ser divorciado para ser viudo– el camino al
altar con mi madre quedó allanado. Mi caso era diferente, yo rehuía al
matrimonio eclesiástico por sentirme y querer ser coherente como ateo.
Por
respeto, por compañerismo y porque te amaba, capitulé. Sin festejos, sin vestido blanco ni nada, nuestro
matrimonio quedó sacramentado según el ritual católico el 9 de mayo de 1982. Mi
primo realizó la ceremonia religiosa, sin más protocolo que el hacer un curso
prematrimonial ejecutivo, de dos horas. Viajaríamos al Brasil con bendiciones y
buenos augurios. Ahí estuvimos por seis años, durante los cuales y hasta 4 años
más de volver al Ecuador, no quisimos tener hijos. Cuando nos sentimos
sólidamente afincados, vino el primero en 1991, el segundo en 1992. ¡A renglón
seguido embarcamos en la tarea de ser padres!
Desde
inicio de diciembre, la casa que nos abrigó durante 44 años, nuestra casa, ya
mostraba tu afán y dedicación en arreglar todo para celebrar Navidad: el árbol
ya puesto en su sitio, aunque sin estar completamente adornado; por donde
pasaban los ojos, se veía que la decoración empezaba a cambiar para recibir figuras,
cojines, manteles… rojos, verdes, dorados… El quince de diciembre congeló todo.
Pasamos la pandemia del Covid-19, hicimos nuestras
vacunas. Pero, en septiembre de 2024 contrajiste la enfermedad, la superaste en
un mes, pero te dejó secuelas: esta arritmia cardiaca. Eras fuerte, determinada,
peleabas por lo que querías. Nada valió como argumento en contra cuando decidiste
someterte a este procedimiento que eliminaría el problema y te permitiría dedicarte
a tu trabajo sin sentir el agotamiento que producía la arritmia. Buscabas,
necesitabas mejor calidad de vida. La intervención salió bien y, en el posoperatorio
sufriste el paro cardíaco que te afectó irreversiblemente el cerebro. En los dos
días posteriores, nuestros hijos y yo estuvimos a tu lado, inerte sobre la cama
del hospital, en la UCI. Nos acompañamos en trámites, dando los primeros pasos
de nuestra vida sin ti. Fue al tercer día que sentí un leve dolor en el
costado, digamos un 3 sobre 10, mientras tomaba mi ducha. Siempre me señalaste mi
perfil de riesgo por sobrepeso y diabetes. Ya no quise desayunar y al llegar al
hospital, fui a Emergencia, sobre mis propios pies. De ahí me pasaron
directamente a la sala de cirugía, de donde salí con dos stents. En la UCI me
colocaron en una camilla a tu lado. Te tocaba el rostro, tus manos, tu pelo…
con la mirada.
“Y así, cuando más tarde me busque
Quién sabe qué muerte, angustia de quien vive”
Sobreviví. Enero, febrero, marzo. Tres
meses de espera estéril, lo sabíamos nuestros hijos y yo. Nos ocupamos en lo
que correspondía hacer y, como manda el conocimiento popular, yo me dediqué a
la terapia ocupacional, tan pronto me autorizó el cardiólogo que me había
intervenido. Solo en la segunda semana de marzo pudimos llevarte a casa, a
nuestra casa. Queríamos estar juntos y solo nosotros, en el momento definitivo.
Dos días después que acomodé tu cuerpo descerebrado para descansar en tu cama,
en nuestra cama, nos abandonaste definitivamente.
Termino
el trabajo, llego a casa y Duda, con la cabeza ladeada, me pregunta por ti. No
salta ni ladra como hacía cuando llegábamos juntos. Estoy solo, nuestra casa es
enorme, la desconozco sin ti. A la noche
me despierto y no sé dónde me encuentro. Sin el calor de tu cuerpo, que estuvo
a mi lado cada noche por un medio siglo, despierto con frio. Recuerdo mi padre
que hablaba de un Dios misericordioso…Y rezo:
Maria, llena eres de gracia… A mi María, porque te has ido.
“Quién sabe
que soledad, fin de quien ama
Que pueda yo
decirme del amor (que tuve):
Que no sea
inmortal, puesto que es llama,
Pero que sea
infinito mientras dure.”



