martes, 31 de diciembre de 2013
NO HAY MAÑANA
No habrá "Mañana" en el 2014. Nos dejó ayer. En ese cumplir del ciclo eterno de nacer, vivir, y morir.
Con su obediencia a las indicaciones de la naturaleza, nos ha dejado.
Pero como también era ese híbrido de perro, dragón, bondadoso y rabioso defensor de su familia , de mi
nariz que mordía sin lastimar, la lamía y gemía de lealtad , fue a cumplir su misión eterna de ese perrito
volador de la Historia Sin Fin.Falcor.
Mas en fin, como dijo Chico Buarque en toda la mitad de la obscura dictadura, Mañana ha de ser otro día.
Con su obediencia a las indicaciones de la naturaleza, nos ha dejado.
Pero como también era ese híbrido de perro, dragón, bondadoso y rabioso defensor de su familia , de mi
nariz que mordía sin lastimar, la lamía y gemía de lealtad , fue a cumplir su misión eterna de ese perrito
volador de la Historia Sin Fin.Falcor.
Mas en fin, como dijo Chico Buarque en toda la mitad de la obscura dictadura, Mañana ha de ser otro día.
lunes, 30 de diciembre de 2013
RARA BELLEZA
La amistad.
FV y el gallo Claudio
Cuando dos se quieren bien
de una legua se saludan.
Es que son una Bola de Corrientes
FV y el gallo Claudio
Cuando dos se quieren bien
de una legua se saludan.
Es que son una Bola de Corrientes
sábado, 28 de diciembre de 2013
SILENCIO
La gente que tiene que callar por el miedo
al abuso cobarde del dictador
que no tiene Dios ni Ley
es como un perro encadenado.
No temer al fanfarrón
al abusivo, al desacreditado dictador
es una acción
que hay que tomar sin dilación
al abuso cobarde del dictador
que no tiene Dios ni Ley
es como un perro encadenado.
No temer al fanfarrón
al abusivo, al desacreditado dictador
es una acción
que hay que tomar sin dilación
martes, 24 de diciembre de 2013
UNA ACTRIZ FASCINANTE
No es una cara bonita sino profundamente interesante. Sus ojos tienen una expresividad azul y versatil.
Puede ir desde la alegría desenfada de una pelirroja enamorada de la vida en una comedia simpática como
"Vida Bandida", hasta una mirada tristemente azul en
el pedacito de "Babel", donde su belleza opaca a la de su co-protagonista Brad Pitt. Puede pasar de la frialdad de la Reina Elizabeth, poderosa y marmorea, en dos ocasiones, a una convincente y desmitificada Catherine Hepburn (Que ya le reperesentó un merecido Oscar como mejor actriz de reparto en "El Aviador")
Desde una conmovedora e ingenua profesora en Notas de un escándalo, hasta un hada etérea, sabia y dulce en la saga del Señor de los Anillos. Aparentemente le espera otro Oscar en su último rol de "Blue Jazmine" de Woody Allen, aunque esta australiana culta y centrada, universitaria inteligente , casada y madre de 3 hijos, vive alejada de la frivolidad de las marquesinas y de
los escándalos de la farándula y desde luego no está en carrera por premios y concursos.
A sus 44 años es una mujer bella y atractiva, talentosa y discreta, que casi por seguro garantizan la calidad
de una película que veamos. Junto a Rachel Weiss, Kate Winslow y Mónica Belluci han dejado en el pasado a las divas que acostumbramos a venerar por la voluptuosa majestad de la carne.
Puede ir desde la alegría desenfada de una pelirroja enamorada de la vida en una comedia simpática como
"Vida Bandida", hasta una mirada tristemente azul en
el pedacito de "Babel", donde su belleza opaca a la de su co-protagonista Brad Pitt. Puede pasar de la frialdad de la Reina Elizabeth, poderosa y marmorea, en dos ocasiones, a una convincente y desmitificada Catherine Hepburn (Que ya le reperesentó un merecido Oscar como mejor actriz de reparto en "El Aviador")
Desde una conmovedora e ingenua profesora en Notas de un escándalo, hasta un hada etérea, sabia y dulce en la saga del Señor de los Anillos. Aparentemente le espera otro Oscar en su último rol de "Blue Jazmine" de Woody Allen, aunque esta australiana culta y centrada, universitaria inteligente , casada y madre de 3 hijos, vive alejada de la frivolidad de las marquesinas y de
los escándalos de la farándula y desde luego no está en carrera por premios y concursos.
A sus 44 años es una mujer bella y atractiva, talentosa y discreta, que casi por seguro garantizan la calidad
de una película que veamos. Junto a Rachel Weiss, Kate Winslow y Mónica Belluci han dejado en el pasado a las divas que acostumbramos a venerar por la voluptuosa majestad de la carne.
sábado, 21 de diciembre de 2013
NAVIDADES SINIESTRAS
Hay tantos estruendos de cornetas y fuegos de artificio, tantas guirnaldas de focos de colores, tantos pavos inocentes degollados y tantas angustias de plata para quedar bien por encima de nuestros recursos reales, que uno se pregunta si a alguien le queda un instante para darse cuenta de que semejante despelote es para celebrar el cumpleaños de un niño que nació hace dos mil años en una caballeriza de miseria, a poca distancia de donde había nacido, unos mil años antes, el rey David; 954 millones de cristianos creen que ese niño era Dios encarnado, pero mucho lo celebran como si en realidad no lo creyeran. Lo celebran además muchos millones que no lo han creído nunca, pero les gusta la parranda, y muchos otros que estarían dispuestos a voltear el mundo para que nadie lo siguiera creyendo. Sería interesante averiguar cuántos de ellos creen también en el fondo de su alma que la Navidad de ahora es una fiesta abominable. Y no se atreven a decirlo por un prejuicio que ya no es religioso sino social.
Lo más grave de todo es el desastre cultural que estas navidades pervertidas están causando en América Latina. Antes, cuando sólo teníamos costumbres heredadas de España, los pesebres domésticos eran prodigios de la imaginación familiar. El Niño Dios era más grande que el buey, las casitas encaramadas en las colinas eran más pequeñas que la virgen y nadie se fijaba en anacronismos: el paisaje de Belén era completado con un tren de cuerda, con un pato de peluche más grande que un león que nadaba en el espejo de la sala, o con un agente de tránsito que dirigía un rebaño de corderos en una esquina de Jerusalén. Encima de todo se ponía una estrella de papel dorado con una bombilla en el centro y un rayo de seda amarilla que había de indicar a los reyes magos el camino de salvación. El resultado era más bien feo, pero se parecía a nosotros y desde luego era mejor que tantos cuadros primitivos mal copiados del aduanero Rousseau.
La mistificación empezó con la costumbre de que los juguetes no los trajeran los reyes magos —como sucede en España con toda razón— sino el Niño Dios. Los niños nos acostábamos más temprano para que los regalos llegan pronto y éramos felices oyendo las mentiras poéticas de los adultos. Sin embargo, yo no tenía más de cinco años cuando alguien en mi casa decidió que ya era tiempo de revelarme la verdad. Fue una desilusión, no sólo porque yo creía de veras que era el Niño Dios quien traía los juguetes, sino también porque habría querido seguir creyéndolo. Además, por pura lógica de adulto, pensé entonces que los otros misterios católicos eran inventados por los padres para entretener a los niños y me quedé en el limbo. Aquel día —como decían los maestros jesuitas en la escuela primaria— perdería la inocencia. Pues descubrí que
tampoco a los niños los traían las cigüeñas de París, que es algo que todavía me gustaría seguir creyendo para pensar más en el amor y menos en la píldora.
Todo aquello cambió en los últimos treinta años, mediante una operación comercial de proporciones mundiales que es al mismo tiempo una desgastadora agresión cultural. El Niño Dios fue destronado por el Santa Claus de los gringos y los ingleses, que es el mismo Papá Noel de los franceses, y a quienes conocemos demasiado. Nos llegó con todo: el trineo tirado por un alce y el abeto cargado de juguetes bajo una fantástica tempestad de nieve. En realidad, este usurpador de nariz de cervecero no es otro que el buen San Nicolás, un santo al que yo quiero mucho porque es el de mi abuelo el coronel, pero que no tiene nada que ver con la Navidad, y mucho menos con la Nochebuena tropical de América Latina. En la leyenda nórdica, San Nicolás construyó y revivió a varios escolares que un oso había descuartizado en la nieve y por eso le proclamaron el patrón de los niños. Pero su fiesta se celebra el 6 de diciembre y no el 25. La leyenda se volvió institucional en las provincias germánicas del norte a fines del siglo XVIII, junto con el árbol de los juguetes, y hace poco más de cien años pasó a Gran Bretaña y a Francia.
Luego pasó a Estados Unidos y éstos nos lo mandaron para América Latina, con toda una cultura de contrabando: la nieve artificial, las candilejas de colores, el pavo relleno y estos quince días de consumismo frenético a los que muy pocos nos atrevemos a escapar. Con todo, tal vez lo más siniestro de estas navidades de consumo sea la estética miserable que trajeron consigo: esas tarjetas postales indigentes, esas ristras de foquitos de colores, esas campanitas de vidrio, esas coronas de muérdago colgadas en el umbral, esas canciones de retrasados mentales que son los villancicos traducidos del inglés, y tantas otras estupideces gloriosas, para las cuales ni siquiera valía la pena haber inventado la electricidad.
Todo eso, en torno a la fiesta más espantosa del año. Una noche infernal en que los niños no pueden dormir con la casa llena de borrachos que se equivocaron de puerta buscando donde desaguar, o persiguiendo a la esposa de otro que acaso tuvo la buena suerte de quedarse dormido en la sala: no es una noche de paz y de amor, sino todo lo contrario: es la ocasión solemne de la gente que no se quiere. La oportunidad prudencial de salir por fin de los compromisos aplazados por indeseables: la invitación al pobre ciego que nadie invita, a la prima Isabel que se quedó viuda hace 15 años, a la abuela paralítica que nadie se atreve a mostrar. Es la alegría por decreto, el cariño por lástima, el momento de regalar porque nos regalan o para que nos regalen, y de llorar en público sin dar explicaciones. Es la hora feliz de que los invitados se beban todo lo que sobró de la Navidad anterior: la crema de menta, el licor de chocolate, el vino de plátano.
No es raro, como sucede a menudo, que la fiesta termine a tiros. Ni es raro tampoco que los niños —viendo tantas cosas atroces— terminen por creer de veras que el Niño Jesús no nació en Belén sino en los Estados Unidos.
Gabriel García Márquez
Nació en Aracataca (Magdalena). En 1947 inició estudios de derecho en la Universidad Nacional en Bogotá y ese mismo año, en el periódico ‘El Espectador’, publicó su primer cuento. En 1948 se trasladó a Cartagena y empezó a trabajar como periodista en el diario Universal. Su primera novela, ‘La Hojarasca’, fue publicada en 1955. En 1967 después de tres novelas más, publicó su exitosa obra ‘Cien años de soledad’. En 1982 obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Entre 1980 y
1984 publicó una exitosa columna en ‘El Espectador’.
Lo más grave de todo es el desastre cultural que estas navidades pervertidas están causando en América Latina. Antes, cuando sólo teníamos costumbres heredadas de España, los pesebres domésticos eran prodigios de la imaginación familiar. El Niño Dios era más grande que el buey, las casitas encaramadas en las colinas eran más pequeñas que la virgen y nadie se fijaba en anacronismos: el paisaje de Belén era completado con un tren de cuerda, con un pato de peluche más grande que un león que nadaba en el espejo de la sala, o con un agente de tránsito que dirigía un rebaño de corderos en una esquina de Jerusalén. Encima de todo se ponía una estrella de papel dorado con una bombilla en el centro y un rayo de seda amarilla que había de indicar a los reyes magos el camino de salvación. El resultado era más bien feo, pero se parecía a nosotros y desde luego era mejor que tantos cuadros primitivos mal copiados del aduanero Rousseau.
La mistificación empezó con la costumbre de que los juguetes no los trajeran los reyes magos —como sucede en España con toda razón— sino el Niño Dios. Los niños nos acostábamos más temprano para que los regalos llegan pronto y éramos felices oyendo las mentiras poéticas de los adultos. Sin embargo, yo no tenía más de cinco años cuando alguien en mi casa decidió que ya era tiempo de revelarme la verdad. Fue una desilusión, no sólo porque yo creía de veras que era el Niño Dios quien traía los juguetes, sino también porque habría querido seguir creyéndolo. Además, por pura lógica de adulto, pensé entonces que los otros misterios católicos eran inventados por los padres para entretener a los niños y me quedé en el limbo. Aquel día —como decían los maestros jesuitas en la escuela primaria— perdería la inocencia. Pues descubrí que
tampoco a los niños los traían las cigüeñas de París, que es algo que todavía me gustaría seguir creyendo para pensar más en el amor y menos en la píldora.
Todo aquello cambió en los últimos treinta años, mediante una operación comercial de proporciones mundiales que es al mismo tiempo una desgastadora agresión cultural. El Niño Dios fue destronado por el Santa Claus de los gringos y los ingleses, que es el mismo Papá Noel de los franceses, y a quienes conocemos demasiado. Nos llegó con todo: el trineo tirado por un alce y el abeto cargado de juguetes bajo una fantástica tempestad de nieve. En realidad, este usurpador de nariz de cervecero no es otro que el buen San Nicolás, un santo al que yo quiero mucho porque es el de mi abuelo el coronel, pero que no tiene nada que ver con la Navidad, y mucho menos con la Nochebuena tropical de América Latina. En la leyenda nórdica, San Nicolás construyó y revivió a varios escolares que un oso había descuartizado en la nieve y por eso le proclamaron el patrón de los niños. Pero su fiesta se celebra el 6 de diciembre y no el 25. La leyenda se volvió institucional en las provincias germánicas del norte a fines del siglo XVIII, junto con el árbol de los juguetes, y hace poco más de cien años pasó a Gran Bretaña y a Francia.
Luego pasó a Estados Unidos y éstos nos lo mandaron para América Latina, con toda una cultura de contrabando: la nieve artificial, las candilejas de colores, el pavo relleno y estos quince días de consumismo frenético a los que muy pocos nos atrevemos a escapar. Con todo, tal vez lo más siniestro de estas navidades de consumo sea la estética miserable que trajeron consigo: esas tarjetas postales indigentes, esas ristras de foquitos de colores, esas campanitas de vidrio, esas coronas de muérdago colgadas en el umbral, esas canciones de retrasados mentales que son los villancicos traducidos del inglés, y tantas otras estupideces gloriosas, para las cuales ni siquiera valía la pena haber inventado la electricidad.
Todo eso, en torno a la fiesta más espantosa del año. Una noche infernal en que los niños no pueden dormir con la casa llena de borrachos que se equivocaron de puerta buscando donde desaguar, o persiguiendo a la esposa de otro que acaso tuvo la buena suerte de quedarse dormido en la sala: no es una noche de paz y de amor, sino todo lo contrario: es la ocasión solemne de la gente que no se quiere. La oportunidad prudencial de salir por fin de los compromisos aplazados por indeseables: la invitación al pobre ciego que nadie invita, a la prima Isabel que se quedó viuda hace 15 años, a la abuela paralítica que nadie se atreve a mostrar. Es la alegría por decreto, el cariño por lástima, el momento de regalar porque nos regalan o para que nos regalen, y de llorar en público sin dar explicaciones. Es la hora feliz de que los invitados se beban todo lo que sobró de la Navidad anterior: la crema de menta, el licor de chocolate, el vino de plátano.
No es raro, como sucede a menudo, que la fiesta termine a tiros. Ni es raro tampoco que los niños —viendo tantas cosas atroces— terminen por creer de veras que el Niño Jesús no nació en Belén sino en los Estados Unidos.
Gabriel García Márquez
Nació en Aracataca (Magdalena). En 1947 inició estudios de derecho en la Universidad Nacional en Bogotá y ese mismo año, en el periódico ‘El Espectador’, publicó su primer cuento. En 1948 se trasladó a Cartagena y empezó a trabajar como periodista en el diario Universal. Su primera novela, ‘La Hojarasca’, fue publicada en 1955. En 1967 después de tres novelas más, publicó su exitosa obra ‘Cien años de soledad’. En 1982 obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Entre 1980 y
1984 publicó una exitosa columna en ‘El Espectador’.
AUGUSTO BARRERA : UN ALCALDE VIRTUAL
Calles adelgazadas
por ciclovÍas desocupadas
avenidas atiborradas
en 3D refaccionadas.
Un aeropuerto alejado
por vías inexistentes
un terminal terminado
y otras obras inauguradas
con fiestas estridentes
una alcaldía tan falsa,
como la sonrisa
de un burgomaestre
esbirro hasta los dientes,
que muestra este hombre malo de ojos pequeños
de presente inexistente
y de futuro inaparente,
que nos dejará el peor de los recuerdos.
por ciclovÍas desocupadas
avenidas atiborradas
en 3D refaccionadas.
Un aeropuerto alejado
por vías inexistentes
un terminal terminado
y otras obras inauguradas
con fiestas estridentes
una alcaldía tan falsa,
como la sonrisa
de un burgomaestre
esbirro hasta los dientes,
que muestra este hombre malo de ojos pequeños
de presente inexistente
y de futuro inaparente,
que nos dejará el peor de los recuerdos.
sábado, 14 de diciembre de 2013
VIERNES NEGRO
En un principio creí que se trataba de una película de terror. Después supe que era la promoción del remanente de mercancía que quedaba en bodega y se sacaba a la venta con descuentos para pasar en la contabilidad los números de rojo a negro, a través de lo que se llamaría "liquidación de remanentes". Pero no pudieron escoger un símil mejor que "Viernes Negro", pues pinta con espeluznante crudeza la realidad del consumo como una necesidad de "calentar" la economía, a través de la adquisición de bienes de consumo. Es una blasfemia contra el espíritu solidario como base del cristianismo como ideología. Pero a quien le importa. Hoy el dinero plástico de las tarjetas de crédito se vuelven un anzuelo para atiborramos de objetos que no necesitamos, y a través de esa adquisición nos llenamos de aparatos electrónicos, juegos de videos, pantallas planas gigantescas de cristal líquido o de emisión de pixeles de alta definición, de equipos de sonido sofisticados, de teléfonos móviles listos o astutos ( smartphones) que realmente son superfluas cosas que no necesitamos. Entonces la gente se pone frenética, el tráfico congestionado, y el comportamiento aberrante, mientras los desposeídos arriman la nariz a las vitrinas para envidiar a quienes pueden endeudarse para comprar cosas que no necesitan, y que se convertirán en deudas angustiantes para
desarreglarnos los presupuestos del año que viene, pues no hay plazo que no se cumpla y deuda que no se cobre y que acabará siendo pagada.El niño Dios, bien gracias. Y los pastores? A la mierda, que se acabó la navidad
desarreglarnos los presupuestos del año que viene, pues no hay plazo que no se cumpla y deuda que no se cobre y que acabará siendo pagada.El niño Dios, bien gracias. Y los pastores? A la mierda, que se acabó la navidad
viernes, 6 de diciembre de 2013
MADIBA
Ha muerto un hombre que iba en contravía. Practicaba la tolerancia. ( Comportamiento en vías de extinción
por otra parte ). Desterró el odio que alimenta la revancha, dadas las penurias inhumanas que tuvo que sufrir
privado de libertad, sometido a torturas y trabajos forzados, por 27 años. Y en vez de poner la otra mejilla,
supo extender la mano y sellar acuerdos, acercando dos posturas antagónicas , practicamente irreconcilia-
bles, ganar un liderazgo democraticamente y devolviendo un rayo de esperanza para una humanidad que día
a día trabaja con ahínco, cavando su propia fosa, en una constante paranoia. Que no sea la última
esperanza.
por otra parte ). Desterró el odio que alimenta la revancha, dadas las penurias inhumanas que tuvo que sufrir
privado de libertad, sometido a torturas y trabajos forzados, por 27 años. Y en vez de poner la otra mejilla,
supo extender la mano y sellar acuerdos, acercando dos posturas antagónicas , practicamente irreconcilia-
bles, ganar un liderazgo democraticamente y devolviendo un rayo de esperanza para una humanidad que día
a día trabaja con ahínco, cavando su propia fosa, en una constante paranoia. Que no sea la última
esperanza.
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