Sus ramas se cruzan y entrecruzan,
como bailando al viento,
sus raíces se anudan
a la tierra que les da el alimento.
Y aunque no pueden volar,
sus troncos los sustentan en sus sueños,
y justamente por soñar,
sus hojas se besan con el cielo,
y es entonces que comienzan a arrullar
a la sombra que se acuesta por su suelo.
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