ECO DE UNA LEYENDA
Una de las leyendas más populares y reveladoras del espíritu y las costumbres de la Colonia es la del Padre Almeida. Este fraile bajaba de su convento todas las noches por los brazos de un Cristo para evadir su prisión religiosa y dejarse morder por las flaquezas de la carne y las ansiedades de su juventud. Regresaba por los mismos brazos de Jesús Crucificado desde el atrio de San Francisco a la ventanilla de su celda. Cuando se evadía, el Cristo le preguntaba: "¿Hasta cuándo, Padre AImeida?", y el fraile respondía: "Hasta la vuelta, Señor". Cada noche se repetía esta evasión llena de devaneos y aventuras, hasta cuando una de aquellas noches en que el fraile regresaba a su convento, se sorprendió con la procesión de un entierro. Cuando el fraile averiguó quién era el muerto, le informaron que era el Padre Almeida. Sorprendido, avergonzado y aturdido por el acontecimiento, el fraile se llenó de contricción, arrepentimiento y piedad consigo mismo y no repitió sus aventuras.
Esta leyenda parece convertirse en realidad cuando se mira la liberalidad y la aventura fiscal. Mil millones de sucres de déficit de este año; deuda pública que tiene que pagarse con fondos del Central; más de mil millones de evidente desequilibrio en el año próximo; préstamos y contratos, obras y programas. Como si esto fuera poco, se consolidan las deudas del Banco de Fomento, se obliga al Banco Central que adquiera las acciones de la Grancolombiana y que le anticipe al Banco de Fomento 270 millones más de sucres.
Esta danza de los millones en momentos en que nadie duda que estamos en un proceso inflacionario sin precedentes en nuestra historia monetaria hace pensar que todos los días, todos los meses, todo el tiempo, el país pregunta: ¿Hasta cuándo se va a mantener esta política inflacionaria?
La respuesta no se hace esperar. Nuevos aumentos de medio circulante, nuevos procesos acumulativos en una inflación que empieza su ritmo galopante.
Hasta cuando un día veamos pasar el féretro de nuestro Sucre, tras una procesión desesperada de hambre y de miseria, porque a cada ciudadano le han recortado el poder adquisitivo de su moneda, le han decapitado su ingreso con el impuesto más injusto y regresivo, el de la desvalorización de la moneda.
En Chile enterraron el peso; en Brasil el reis y el milreis, para poner en su lugar al escudo y al cruzeiro. Nosotros tendremos que enterrar al sucre para poner en su lugar una utopía.
Porque utopía es creer que la emisión de billetes está justificada, porque se destinará a la producción agrícola o a la construcción de puentes y carreteras. Más de una vez se ha dicho, y la historia del mundo lo ha comprobado en más de dos mil años, que con moneda emitida simplemente no se fabrica el progreso. Aun cuando se abusó del oro venido de las colonias, España sucumbió ante la inflación y su edad de oro se derrumbó como castillo de naipes. Mucho más cuando esa emisión se hace no en oro, sino en papel y en cuentas bancarias. Los que obtienen créditos para la agricultura, o construyen puentes y caminos no se quedan con ese dinero: compran semillas o sementales, pagan salarios y adquieren cemento. Y ese dinero se pone a circular, va a los bancos, éstos prestan, las gentes aumentan sus importaciones y su demanda de bienes nacionales. Esta demanda hace subir los precios. Esto se refleja en más altos precios de todos los artículos, en más ilusorios ingresos nominales, en más depósitos, en más demanda de crédito, en mayor circulación. Hasta cuando el fomento agrícola se ha producido como diez y hasta cuando los puentes y caminos aumenten la riqueza nacional como diez, la demanda, los costos, los precios, la circulación, etc. se han multiplicado como ciento y el poder adquisitivo ha bajado en la proporción de esos noventa, que es la diferencia entre bienes y servicios ofrecidos y capacidad de la demanda.
Cierto que este proceso no es tan matemático ni tan simple como pintan estas líneas. Pero de todos modos, los resultados son incuestionables. Se acumula el proceso de inflación. Mientras más dinero hay, la gente vive quejándose de asfixia y exige más dinero y los precios suben más y más. Los salarios y los ingresos de un 90% de la población solo suben retardadamente; los poseedores de bienes reales ven subir el valor de sus fortunas y la pirámide de la injusticia social se incrementa y agudiza.
Estamos en la transición a un nuevo gobierno. Quien quiera que sea verá ante sus ojos la incapacidad de frenar esta inflación y, si con dura firmeza lo hace, el país tendrá que soportar sacrificios que no se imaginó jamás.
Visionario, definitivamente. Además de lo obvio, este artículo también habla de otras dos cosas: su conciencia social y su posición anti-populista, que él veía como complementarias porque el populismo, en su opinión, perpetuaba las injusticias y la corrupción.
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