Tengo dos amigos. Uno se llama César y el otro, Alvaro. César tenía un miedo , que se transformaba en pánico fóbico , a los perros. Alvaro tranquilo y controlado.En una oportunidad iban caminando por la calle,cuando salió ladrando, y corriendo hacia ellos, un perro común. Alvaro, con cabeza fría,y pensando que hay que dominar al perro con la mente, más inteligente que la del can, que estos huelen la adrenalina y tienen el hábito de perseguir al que corre amedrentado, se quedó quieto como Manolete. César hizo caso omiso de esos conocimientos empíricos, y se dió a la fuga. El otro, quieto, le gritó furioso que no corriera. Pero era demasiado tarde. El perro lo mordió. Mientras César transformaba su terror en risa sarcástica (pensando
que Alvaro había cumplido muy bien su papel de carnada) y luego en una carcajada ( de desahogo? de perversidad?). Alvaro le reclamaba furioso, agravando su ira ante la risa incontenible de su amigo, e insultándolo argumentadamente.
En otra ocasión, yo que quiero a los perros, en su justa medida, pasaba por la acera de enfrenta ante un furioso pastor alemán, que me ladraba y me amenazaba con los dientes pelados y las encías a la vista. Me era tan antipático, que agarré un palito e iba haciéndolo sonar con contra las rejas que me separaban de aquel monstruo embravecido. De pronto, llegué a la puerta que estaba abierta de par en par. Encrucijada letal. Con la misma calma regresé con el palito en dirección contraria, y el perro en vez de salir y devorarme, regresaba conmigo, pero al otro lado de la verja, saltando y ladrando amenazante. Así lo dejé. Discretamente pasé de vereda y me dirigí en dirección contraria. El perro se quedó furioso defendiendo su territorio y yo me alejé sin perder la prestancia. Agradecí por primera vez, el hecho de haber sido siempre tan malo, para ese juego navaja llamado territorio.
Otra vez salió mi perra schnautzer, neurótica, territorial, mimada, mal criada, posesiva y de muy mal talante.
Yo la quiero , pero ojetivo soy al reconocer su roñoso, y odioso comportamiento. Ese rato salía mi vecino, y condescendiente con el tamaño de esa mangosta, aplomada y muy dueño de si mismo, me dijo con solvencia,
que el tenía sangre dulce para dominar los perros. Seguro que sí , pues la perra le mordió, le sacó sangre. Y tuve que intervenir.se descompuso y estaba asustado y furioso. Debo reconocer que mi maldad supera ampliamente mi vergueza. El hombre vociferó y amenazó, y yo conteniendo la sonrisa, con una mogigatería digna de mejor causa, me disculpé y pensé que para la perra su sangre si era dulce,pero que se hizo muy mala sangre.
Hay otras historias, pero no quiero cansar a los amables lectores de este blog, con estas trivialidades.
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