A pesar de que es un estigma que marca a hierro al rojo, el miedo y la incertidumbre de lo que nos depara
el fin de la existencia, la muerte en si es una certidumbre ineludible.
Parafraseando los conocidos versos de Borges:
"Y sin embargo me duele,
decirle adiós al vida,
esa cosa tan de siempre,
tan dulce, tan conocida".
Debemos pensar que el verdadero uso de razón, se da cuando reconocemos que nosotros vamos a morir.
Cuando tenemos 6 años , los de 20 nos parecen grandes y los de 40 viejos. Pero cuando tenemos 50 ,
los de 64 nos parecen jóvenes.
A pesar de la suma de todos los miedos y contradicciones que nos produce el inexorable desenlace de la vi-
da, considero que existen delicadezas y libertades que tal vez sean de agradecer.
La muerte de una persona en plenitud, más aun si es accidental, provocada por otros o por si mismos,
inesperadamente temprana , deja al personaje congelado en el tiempo, y lo libera de los vejámenes de la se-
nectud, de enfermedades degradantes y a veces hasta del juicio de la historia.
Son algunos ejemplos JFK, Matilyn Monroe (Norma Jean), Jimmy Hendrix, Benazir Bhuto, Jim Morrison,
Lord Byron, Simón Bolívar, el "Che" Guevara, Jaime Roldós y una lista larga.
Libera a los prisioneros del tedio y la depresión.
Evita los dolores de una enfermedad larga y desgastante, y nos deja con esa imagen detenida en el
apogeo de la vida.
Mi padre que era muy católico, creyente y buen cristiano, tenía pavor a morirse. Yo le preguntaba
como, con toda esa fe certera, no se liberaba de ese terror. Me explicó que la racionalidad que podía aliviar
esos temores se chocaba contra contra el instinto primigenio de la supervivencia, agravado con la con-
ciencia del "Yo". Fue muy sano hasta los 86. Pero el último año la edad le pasó factura con tres neumo-
nías graves de difícil convalecencia. Ahí le perdió el miedo a la idea de morir.
En lo que a mi respecta, no pienso en ella, y cuando y me lleve, ya no me dejará aqui. Y es aquí donde
se quedarán los miedos.
Es verdad.
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