botones negros, camisa blanca de cuello almidonado y la corbata color vino chillón, rígida. Zapatos de suela negros, lustrados. Ya era un experto en hacer un nudo simple con esa corbata de cartón piedra.
Tomé el "colectivo" 1 sucre, celeste y gordo, sólo sentados.Me bajé cerca de la Plaza de la Independencia y caminé, resignado con el disfraz tieso, pensando que ese sería el penúltimo aniversario de la Batalla del Pichincha. Me reuní con mis compañeros. Pequeños delante , grandes atrás. Corrieron lista al principio, y al final de la ceremonia, supongo que para evitar la fuga de cerebros. Discursos cívicos y aburridos servían
como música de fondo de la mente de un muchacho de 16 años, viendo figuras de animales en las nubles blancas con fondo celeste profundo que anunciaba la cercanía del verano. Fin. Lista. Adiós. Chao. Colectivo. De vuelta a casa. Me llamó la atención la ausencia de mi padre (su carro estaba ahí, y el no usaba el carro del Banco Central , del cual era gerente general, sin ser graduado en economía, pero sin pretender serlo) y la cara preocupada de mi madre. Se oía un silencio extraño. Pregunté por el, y mi madre me dijo que había que tenido que salir de urgencia en misión especial de trabajo. Me fui deshaciendo de la armadura que era el uniforme y a eso de las dos de la tarde llegó mi papa. Pálido y demudado. Sólo decía que tragedia, que absurda tragedia. Averigüé y se se sentó con un vaso de agua.
Me contó lo que pasó. Te acuerdas del señor Baquero, que era profesor de la Escuela Espejo? Sí le dije.
Lo mataron hoy. Resulta que el pobre Señor Baquero,de 28 años, seducido por un cuñado al parecer, se metió con una deuda, en una empresa de la que no sabía nada. Un plantel avícola. Vino una plaga. Mató todos los pollos en una noche. Se endeudó con usureros para pagar al banco. Había entonces el hábito de honrar las deudas. La pesadilla creció como una bola de nieve, como creció la deuda. El hombre perdió la razón.
Sin haber volado nunca en un avión, asaltó uno de Ecuatoriana, con un arma. Y pidió medio millón de sucres y
lo llevó al aeropuerto. Se habia montado ya un operativo de rescate y los paracaidistas habían rodeado al avión. Uno de ellos llevó el paracaídas doblado envolviendo un arma. Entró y y cuando el atribulado profesor dejó su arma para recibirlo. Entonces sonó la detonación. Esa bala acabó con dos personas: al Sr. Baquero, y a su ejecutor , un soldadito exalumno que vivió con la impronta de haber asesinado a su maestro.
El cielo siguió iluminado, pero Quito amaneció con manto, no de escándalo, sino de conmoción y tristeza.
Un bellísimo mal que ya no tiene.
Qué increíble historia. Esta no me la sabía. Un abrazo, Andrés Vallejo
ResponderEliminarEl «arma» era un radio disfrazado de control remoto para accionar la supuesta bomba.
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